jueves, noviembre 24, 2011

LAS RECORDADAS OCASIONES EN QUE LOS TRUENOS SE ESCUCHARON EN LIMA

Conocida como una ciudad en la que apenas cae una molesta garúa, nuestra capital ha soportado este tipo de fenómenos que han quedado grabados.
Los dos truenos percibidos esta tarde en Lima no fueron los primeros que se ocurrieron en la capital y que asustaron a sus habitantes. La última vez que este tipo de fenómeno se registró fue en marzo de 1998 y los vecinos de Chosica, Puente Piedra, Carabayllo y La Molina incluso indicaron haber visto rayos. Aquí una nota que El Comercio publicó hace dos años y resume este tipo de situaciones.

JORGE MORENO MATOS
El Comercio
Cuentan que cuando Francisco Pizarro bajó de Jauja para buscar un sitio donde fundar una ciudad en la costa, el cacique de Pachacámac le recomendó el señorío de su cuñado, el cacique del Rímac, donde había más tierras y abundante agua. Pizarro, convencido, fundó entonces al lado del río la ciudad de Lima. Cuando la gente de Pachacámac se enteró de lo sucedido, bailó de contenta. “Ahí van a perecer enmohecidos todos estos castellanos odiosos”, dicen que comentaron. Dieciocho años después de su fundación, en 1553, el cronista Cieza de León, que no fue tan incauto y recorría el Perú deslumbrado, escribió así sobre Lima: “Ni llueve, ni caen rayos, ni relámpagos, ni se oyen truenos, antes siempre está el cielo sereno y muy hermoso”.
Más de 400 años después, por supuesto, ni el tiempo nos ha aniquilado ni el cielo ha dejado de estar casi siempre sereno, aunque que en ocasiones nos ha dado grandes sorpresas y, varias veces, causado verdaderos estragos.

EL AÑO DE LOS TRUENOS
En 1877, cuando Lima tenía todo preparado para recibir el nuevo año y despedir el viejo, a eso de las cuatro de la tarde se desató una lluvia con ribetes de tempestad como no se veía desde 1803 (“el año de los truenos”, según Ricardo Palma), que, acompañada de relámpagos y truenos, aterrorizó durante quince minutos la ciudad. Al principio se creyó que alguien se había adelantado con los fuegos artificiales a la fiesta, pero pronto todos se dieron cuenta de que se trataba de algo absolutamente inusual en Lima. Distinguidísimas damas se desmayaban en plena vía pública y hombres, hasta ayer impíos, corrían al templo más cercano a pedir perdón por sus pecados. Dios había decidido acabar con el mundo el último día de 1877 y se lo estaba anunciando a los limeños con rayos, truenos y relámpagos.

El Comercio, para tranquilizar a sus lectores, publicó en su edición de la tarde una documentada nota en la que explicaba, sobre la base de la ciencia meteorológica, las razones de tan extraño fenómeno atmosférico y advertía que no había motivos para pensar en el fin del mundo. Antes bien, lo que preocupaba al Diario eran las consecuencias que esta tempestad tendría para la agricultura.
Lejos estaban nuestros asustados tatarabuelos de imaginar que habían sido testigos de una manifestación extrema de uno de los 26 fenómenos de El Niño que asolaron el territorio del país en el siglo XIX y que, en el caso de la precipitación bíblica de aquel 31 de diciembre de 1877, fue uno de los considerados “de cierta intensidad”.
Algunos años después, en abril de 1891, una intensa lluvia hizo desbordar el Rímac, lo que inundó los barrios de San Francisco y Monserrate, pero la ausencia de truenos y rayos tranquilizó a todos. Ni siquiera sospecharon lo que les deparaba ese “cielo sereno y muy hermoso”.

LA CAPITAL A OSCURAS
Casi treinta y cinco años después, el 7 de marzo de 1925, El Comercio daba cuenta de las copiosas lluvias que en el norte del país desaparecían poblaciones enteras. Días después, el 12, alcanzaba a sus lectores la noticia más temida: “En la madrugada del martes, a eso de las dos de la mañana, comenzó a caer sobre Lima un terrible aguacero, en forma violenta e inusitada”.
Era otra vez El Niño “de gran intensidad” que trajo con él, además de huaicos e inundaciones en todo el país (“La ciudad de Trujillo ha sido destruida” fue el título del 18 de marzo de 1925), truenos y relámpagos que esta vez nadie confundió con el fin del mundo, preocupados como estaban los limeños por problemas más terrenales como la falta de subsistencias y la ausencia de los principales servicios de la ciudad. Por primera vez desde que contaba con ellos, Lima se quedaba sin electricidad y alumbrado público.
Durante casi dos semanas, las calles de Lima estuvieron entregadas a la oscuridad más absoluta. “A pesar del soplo de tragedia, Lima presenta un aspecto pintoresco… De pronto, el poderoso foco de un automóvil rompe la oscuridad reinante y luego otro y otro, para volver enseguida a las tinieblas de antes”, relata una crónica de ese tiempo. Fieles a nuestra reputación de peruanos ingeniosos, en El Comercio empezaron a aparecer avisos que resolvían el problema del alumbrado con “una lámpara de gasolina, muy segura y muy brillante”.

EL DÍA DEL DILUVIO
Casi medio siglo después, el 15 de enero de 1970, Lima volvió a soportar una lluvia de características apocalípticas. Fue la ocasión en que la capital del Perú pareció volverse serrana.
“Lima sufre la mayor lluvia de los últimos 45 años”, informó El Comercio al día siguiente y para nadie resultó una sorpresa enterarse por el decano de que Lima recibió, durante las cinco horas que duró el diluvio, 17 litros de agua por metro cuadrado, según el Servicio de Meteorología e Hidrografía.
Llovió y llovió tanto durante varias horas seguidas que más de dos mil viviendas se vinieron abajo, se anegó por completo la Vía Expresa (lo que la dejó inutilizable durante días), dejaron de funcionar 2.500 teléfonos, hubo 150 amagos de incendio, las todavía jóvenes instalaciones del aeropuerto internacional Jorge Chávez quedaron estropeadas y la ciudad quedó aislada de otras al punto que una de ellas, Huaraz, solicitó un puente aéreo con la capital. Pero lo que para muchas personas constituyó un verdadero espectáculo fue ver en la quebrada de Armendáriz, en Barranco, discurrir el agua como en cataratas, algo que nuestras madres y abuelas comentaron durante largo tiempo.
Un especialista consultado por El Comercio en aquel entonces dijo que Lima había recibido en esas cinco horas una cantidad de lluvia como la que suele soportar en el período de ocho meses. De haber durado un poco más, habría desaparecido o se habría producido una auténtica catástrofe.

OTRA VEZ, EL NIÑO
“El Perú empieza en un lodazal”, escribió el cronista de El Comercio enviado al norte a cubrir los sucesos de El Niño que a fines de 1997 empezaba a hacer estragos en el país. Nadie imaginó que ese lodazal llegaría a las puertas mismas de Lima, a escasos 80 metros del Palacio de Gobierno.
El 23 de febrero de 1998, un torrente de piedra y lodo, producido por un huaico, sorprendió a todos. Las aguas pasaron con furia por Campoy, Zárate, Rímac y el Trébol de Caquetá, y avanzaron hasta casi llegar a la avenida Perú. En el Rímac, donde el torrente llegó a alcanzar el metro de altura, uno de los cuatro estacionamientos de la Plaza de Acho quedó anegado. Luego aquel avanzó por los jirones aledaños y se detuvo en las puertas del Convento de los Descalzos.
Al día siguiente, la impresionante imagen del río de lodo y piedra, tomada desde el aire y que El Comercio publicó en su portada, le mostraba a todos que ni siquiera la capital del Perú era inmune a las inclemencias del clima y los caprichos meteorológicos, y que, sobre todo, cuando llueve todos se mojan. Con vías bloqueadas por el fango y cientos de familias preocupadas por los suyos, el caos y la desesperación estuvieron a punto de apoderarse de la población, que vio cómo empezaban a producirse actos de pillaje. El oportuno desplazamiento de militares y la rápida intervención de las autoridades impidieron que la tragedia cobrara víctimas mortales.
Aunque con menor intensidad, el 27 de febrero de 1997 los limeños habían sido testigos de estos inusuales fenómenos atmosféricos para la ciudad. En aquella ocasión, tanto los pobladores de Chosica, Puente Piedra y Carabayllo como los de algunas zonas de La Molina presenciaron por breves minutos una poco común tormenta de verano acompañada de rayos y truenos.

EN EL VERANO DEL 98’ TAMBIÉN HUBO TRUENOS
Un año después de los estruendos del 97’, los distritos de Cieneguilla, La Molina, San Juan de Lurigancho y Chosica soportaron el miércoles 4 de marzo una corta pero fuerte lluvia seguida de inusuales relámpagos y truenos que alarmaron a la población.
De acuerdo con la información proporcionada por el Senamhi, según afirmó El Comercio, la lluvia se debió a la presencia de nubes de tipo cúmulos que se formaron en la zona de La Molina y Cieneguilla alrededor de las seis de la tarde, en tanto que en la localidad de Chosica los fenómenos atmosféricos se presentaron entre las cuatro y seis de la tarde.
Se trató de “lluvias moderas que tiene la capacidad de mojar bastante con presencia de rayos y truenos, que inclusive fueron sentidos en San Isidro y Miraflores”, señaló el Senamhi en esa ocasión.
(FUENTE: DIARIO "EL COMERCIO")

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