lunes, marzo 12, 2012

SIGUE EL VUELO DEL CÓNDOR EN EL VALLE DEL COLCA

Admirar el vuelo de este gigante mitológico es toda una experiencia que se puede paladear, con emoción y respeto, al filo de la dramática brecha que abrieron los cataclismos en esta región volcánica peruana, uno de los precipicios más hondos de la tierra.
Para los incas el cóndor era inmortal. Asegura uno de los mitos más conocidos sobre esta ave inmensa que, al sentirse envejecer, los cóndores repliegan sus alas y se dejan caer sobre los riscos, simbolizando con este gesto el renacer del ciclo de la vida. Pero no sólo para los incas el cóndor era un ser mitológico; también lo ha sido y lo es para otras civilizaciones andinas como los collaguas y los cabanas, asentados mucho antes que los incas por estas esquinadas tierras del sur de Perú, y todavía hoy sus principales moradores.
Desde Arequipa, la carretera hasta el valle del Colca se convierte en algunos tramos en una auténtica batidora que, con baches y todo, se recorre con fascinación gracias a unas vistas de quitar el aliento que afloran a cada paso, presididas por volcanes que superan los 6.000 metros y explanadas lunares habitadas por alpacas y vicuñas, de las que se extrae la lana más suave y cara del planeta.

El valle, adornado en sus laderas por los caminitos en zigzag que antaño seguían las caravanas de llamas que trasegaban entre el Altiplano y el Pacífico, está salpicado de las iglesias coloniales que dominicos y franciscanos erigieron, tras la llegada de los españoles, en poblados esenciales como Chivay, Yanque, Maca, Pinchillo, Cabanaconde, Lari o Coporaque; de graneros centenarios en los que se guardaban las cosechas que todavía hoy crecen entre las terrazas de cultivo o andenes, construidas por los incas; de rudos pueblos de adobe tras los que despuntan los picachos nevados del volcán Hualca-Hualca o el Ampato, y de mercados en los que las mujeres collaguas y cabanas, perfectamente identificables por la peculiaridad de sus coloridos trajes y sus sombreros, despachan artesanías y tejidos hechos por ellas mismas. Pero sobre todo por la estampa de las sorprendentes geografías de este valle apartado del mundo, donde la tierra se parte dramáticamente en dos dando lugar al segundo barranco más profundo del planeta.
Dueños y señores del Cañón del Colca, los cóndores, que llegan a pesar hasta una docena de kilos y a superar los tres metros de envergadura, se sirven de las corrientes térmicas que emanan de esta tremenda quebrada para elevarse en perfecto planeo por encima de las paredes verticales y rojizas del cañón, de más de 3.000 metros, en las que tienen sus nidos.

Es sobre todo en el mirador de la Cruz del Cóndor donde, bien de mañana o al atardecer, se apostan los visitantes para esperar a que alguno haga su aparición y poder así pasmarse ante la majestuosidad de su vuelo. Pero el milagro puede obrarse en cualquier momento y, aunque difícil, este misterioso y esquivo volador andino se decide a asomar por sorpresa cuando tiene a bien, patrullando en busca de comida, por encima de las cabezas de los más afortunados durante una caminata entre los poblados del valle o en una cabalgata por lo más agreste de sus parajes.

DATOS PRÁCTICOS

Avistamiento de cóndores Los cóndores, de los que se estima quedan apenas unos 6.200 ejemplares en el planeta, habitan en muchas zonas de los Andes, incluida la costa, aunque uno de los lugares en los que resultan menos difíciles de avistar es el Cañón del Colca, donde vive cerca de una cincuentena. La época seca, entre abril y noviembre, suele brindar el mejor momento para verlos. Los avistamientos, nunca asegurados, suelen producirse a primeras horas de la mañana o a últimas de la tarde, y el lugar más espectacular para aguardar el encuentro es el mirador de la Cruz del Colca.

Dónde dormir Hace poco más de dos años el grupo Orient Express abría el alojamiento más lujoso de toda esta región: Las casitas del Colca, una veintena de estilosísimos chalets de campo con chimenea y hasta una pequeña poza climatizada en cada uno desde la que admirar, sumergidos, los paisajes del valle. La colonia cuenta con un spa con todo tipo de tratamientos –desde un ritual de belleza hasta un masaje para atenuar del efectos del soroche o mal de altura–, amén de un menú de actividades a la carta: caminar, pescar, montar en bici o salir a caballo por sus parajes, e incluso participar en una clase de cocina con sus chefs utilizando ingredientes del huerto biológico del hotel, aprender a observar las estrellas o echar una mano como voluntario en una misión cercana.

Gastronomía La cocina peruana ha recibido en las últimas décadas un merecidísimo reconocimiento internacional. En ella, fruto de las idas y venidas de los pueblos más diversos, se fusionan la tradición y los ingredientes autóctonos con la influencia española, japonesa y china. Ceviches de pescado y marisco, o especialidades como el lomo saltado, los tiraditos, el ají de gallina, los anticuchos o la causa limeña hacen que el viaje por Perú sea, también, un viaje gastronómico. Algunas especialidades de Arequipa y la zona del Colca, como el rocoto relleno, los buñuelos de quinoa o el cuy chactado y frito, pueden degustarse en los mercados de la zona y en sus populares restaurantes próximos, aunque la mejor gastronomía se ofrece en los restaurantes de sus hoteles más lujosos, como las mencionadas Casitas del Colca, junto a Yanque, o los tres estrellas Casa Andina y Colca Lodge, en Chivay y sus alrededores, respectivamente.

No dejes de…
Detenerte, en la ruta de Arequipa al Colca, en el mirador de los Volcanes, a 4.800 metros, con una vista que quita el aliento sobre la cordillera del Chila y las moles cónicas del Mismi, el Hualca Hualca, el Sabancaya, el Ampato, el Chachani, el Misti y el Ubinas. Arequipa, con sus calles e iglesias coloniales, su plaza de Armas, sus restaurantes y vida nocturna, merece también un par de días.



 

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